martes, 20 de enero de 2015

Frases y textos para la paz

Buenos días,

Aquí os dejamos unas frases y textos sobre la paz y sobre la guerra que podéis leer si queréis prepararos para la próxima prueba del trivial literario. También estarán colgados por los pasillos del instituto.

Frases para la paz

“La paz comienza con una sonrisa” - Madre Teresa de Calcuta.
“No hay camino para la paz, la paz es el camino” - Mahatma Gandhi.
“La paz exige cuatro condiciones esenciales: verdad, justicia, amor y libertad” - Juan Pablo II.
“No hay más calma que la engendrada por la razón” - Séneca.
“O caminamos todos juntos hacia la paz, o nunca la encontraremos” - Benjamin Franklin.
“No basta con hablar de paz. Uno debe creer en ella y trabajar para conseguirla” - Eleanor Roosevelt.
“Lo decisivo para traer la paz al mundo es vuestra conducta diaria”. Jiddhu Krishnamurti.


Textos sobre la paz y la guerra



 
Fragmento de “El Diario de Ana Frank” 

(19 de noviembre de 1942)

 

 "Podríamos cerrar los ojos ante toda esta miseria, pero pensamos en los que nos eran queridos, y para los cuales tememos lo peor, sin poder socorrerlos. En mi cama bien abrigada, me siento menos que nada cuando pienso en las amigas que más quería, arrancadas de sus hogares y caídas a este infierno. Me da miedo el cavilar que aquellos que estaban tan próximos a mí se hallen ahora en manos de los verdugos más crueles del mundo. Por la única razón de que son judíos. "

                                                      
  
Fragmento de “La Ilíada”, de Homero

 
"Ojalá pereciera la discordia para los dioses
        y para los hombres, y con ella la ira, que
        encruelece hasta al hombre sensato cuando
        más dulce que la miel se introduce en el
        pecho y va creciendo como el humo”.



Fragmento de “Sin Novedad en el Frente”, de Erich Maria Remarque


Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación, el miedo, la muerte y el tránsito de una existencia llena de la más absurda superficialidad a un abismo de dolor. Veo a los pueblos lanzarse unos contra otros y matarse sin rechistar, ignorantes, enloquecidos, dóciles, inocentes. Veo a los más ilustres cerebros del mundo inventar armas y frases para hacer posible todo eso durante más tiempo y con más refinamiento(...)
El desasosiego se convertía en irremediable herida y la masacre de las trincheras se transformaba en masacre de las conciencias”.


 
Fragmento de “El Niño con el Pijama de Rayas”, de John Boyne


Tú eres mi mejor amigo -dijo- Mi mejor amigo para toda la vida.
Es posible que Samuel abriera la boca para contestar, pero Bruno nunca escuchó lo que dijo porque en aquel momento se oyó una fuerte exclamación de asombro de todas las personas del pijama de rayas que habían entrado allí, y al mismo tiempo la puerta se cerró con un resonante sonido metálico.
Bruno arqueó una ceja; no entendía qué pasaba, pero dedujo que tenía que ver con protegerlos de la lluvia para que la gente no se resfriara. Y entonces la larga habitación quedó a oscuras.
Pese al caos que se produjo, de algún modo Bruno logró seguir sujetando la mano de Samuel; no la habría soltado por nada del mundo..."”.



Fragmento de “La Lengua de las Mariposas”, cuento incluido en “El Lápiz del Carpintero”, de Manuel Rivas


 Un guardia entreabrió la puerta y recorrió el gentío con la mirada. Luego abrió del todo e hizo un gesto con el brazo. De la boca oscura del edificio, escoltados por otros guardas, salieron los detenidos, iban atados de manos y pies, en silente cordada. De algunos no sabía el nombre, pero conocía todos aquellos rostros. El alcalde, el de los sindicatos, el bibliotecario del ateneo Resplandor Obrero, Charli, el vocalista de la orquesta Sol y Vida, el cantero a quien llamaban Hércules, padre de Dombodán... Y al cabo de la cordada, jorobado y feo como un sapo, el maestro.
Se escucharon algunas órdenes y gritos aislados que resonaron en la Alameda como petardos.
Poco a poco, de la multitud fue saliendo un murmullo que acabó imitando aquellos apodos.
"¡Traidores! ¡Criminales! ¡Rojos!"
"Grita tu también, Ramón, por lo que más quieras, grita!".
Mi madre llevaba agarrado del brazo a papá, como si lo sujetara con toda su fuerza par
a que no desfalleciera. "¡Que vean que gritas, Ramón, que vean que gritas!"
Y entonces oí como mi padre decía "¡Traidores!" con un hilo de voz. Y luego, cada vez más fuerte, "¡Criminales! ¡Rojos!"
Saltó del brazo a mi madre y se acercó más a la fila de los soldados, con la mirada enfurecida cara al maestro. "¡Asesino! ¡Anarquista! ¡Comeniños!"
Ahora mamá trataba de retenerlo y le tiró de la chaqueta discretamente. Pero él estaba fuera de sí. "¡Cabrón! ¡Hijo de mala madre¡ Nunca le había escuchado llamar eso a nadie, ni siquiera al árbitro en el campo de fútbol. "Su madre no tiene la culpa, ¿eh, Moncho?, recuerda eso". Pero ahora se volvía cara a mí enloquecido y me empujaba con la mirada, los ojos llenos de lágrimas y sangre.
"¡Grítale tu también, Monchiño, grítale tu también!"
Cuando los camiones arrancaron cargados de presos, yo fui uno de los niños que corrieron detrás lanzando piedras.
Buscaba con desesperación el rostro del maestro para llamarle traidor y criminal. Pero el convoy era ya una nube de polvo a lo lejos y yo, en el medio de la alameda, con los puños cerrados, sólo fui capaz de murmurar con rabia: "¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!"



Fragmento de “El Cantar de Mío Cid”

" Se ponen los escudos ante los corazones,
abaten las lanzas junto con sus pendones,
inclinan las caras sobre los arzones,
los iban a herir con valientes corazones
Con grandes gritos proclama el que en buena ora nació:
—¡Heridlos, caballeros, por amor del Creador!
¡Yo soy Ruy Díaz, el Cid Campeador!—
Todos atacan la tropa donde está Pedro Bermúdez,
trescientas lanzas son, todas tienen pendones;
sendos moros mataron, todos de sendos golpes;
al volver a la carga otros tantos son.

Veríais tantas lanzas abatir y alzar,
tanta adarga horadar y pasar,
tanta loriga cortar y desmallar,
tantos pendones blancos salir rojos por la sangre,
tantos buenos caballos sin sus dueños andar.
Los moros llaman —¡Mahoma! y —¡Santiago!—la cristiandad.
Cayeron en breve espacio moros muertos mil trescientos ya.
¡Qué bien lucha sobre su dorado arzón
Mio Cid Ruy Díaz, el buen luchador!



Fragmento de “Episodios Nacionales: Bailén”, de Benito Pérez Galdós

“¡Viva España! ¡Viva el Rey Fernando! ¡Mueran los franceses!» exclamamos todos, y el escuadrón se puso en movimiento. Estábamos formados en columna, y nos desplegamos en batalla sobre los costados, bajando a buen paso, pero sin precipitación, de la altura donde habíamos estado. Maniobramos luego para tener a nuestro frente el flanco enemigo; las tropas que por allí atacaban dicho flanco doblaron por cuartas para darnos paso por los claros; el jefe gritó: «A la carga»; picamos espuela, y ciegamente caímos sobre el enemigo como repentina avalancha. Yo, lo mismo que Santorcaz, el mayorazgo y los demás de la partida, íbamos en la segunda fila. Penetraron impetuosamente los de la primera, acuchillando sin piedad; los caballos bramaban de furor, sintiéndose heridos a fuego y a hierro. Algunos caían, dejando morir a sus jinetes, y otros se arrojaban con más fuerza destrozando cuanto hallaban bajo sus poderosas manos. Los de la primera fila hicieron gran destrozo; pero a los de la segunda nos costó más trabajo, porque avanzando demasiado los delanteros, quedamos envueltos por la infantería, lo cual atenuaba un poco nuestra superioridad. Sin embargo, destrozábamos pechos y cráneos sin piedad.
Yo vi a Rumblar, ciego de ira, luchando cuerpo a cuerpo con un francés; vi a Santorcaz dando pruebas de tener un puño formidable para el manejo del sable; uselo yo mismo con toda la destreza que me era posible, y lo mismo yo que mis amigos y otros muchos jinetes de mi fila nos internamos locamente por el grueso de la infantería contraria. Otro escuadrón daba nueva carga por el mismo flanco, lo cual, observado por nosotros, nos reanimó. No íbamos mal; pero los franceses eran muchos, estaban muy hechos a tales embestidas y sabían defenderse bien de la pesadumbre de los caballos, así como de los sablazos”.



Fragmento de “Enrique V”, de William Shakespeare. Discurso de Enrique V a sus tropas antes de la batalla de Agincourt


Enrique V: “Si estamos destinados a morir, nuestro país no tiene necesidad de perder más hombres de los que somos; y si debemos vivir, cuantos menos seamos, más grande será para cada uno de nosotros la parte del honor. ¡No desees un hombre más, te lo ruego! (...) No quería exponerme a perder un honor tan grande, que un hombre más quizá podría compartir conmigo. Por eso, ¡no ansíes un hombre más! Proclama, antes, a través de mi ejército, Westmoreland, que puede retirarse el que no vaya de corazón a esta lucha; se le dará su pasaporte y se pondrán en su bolsa unos escudos para el viaje porque no quisiéramos morir en compañía de un hombre que temiera morir como un compañero nuestro.
Este es el día de San Crispín. El que sobreviva a este día y vuelva sano y salvo a su casa, se izará sobre las puntas de los pies cuando se mencione esta fecha, y se crecerá por encima de sí mismo al oír el nombre de San Crispín. El que sobreviva a este día y llegue a la vejez, cada año, en la víspera de esta fiesta, invitará a sus amigos y les dirá: «Mañana es San Crispín». Entonces se subirá las mangas, y, al mostrar sus cicatrices, dirá: «Recibí estas heridas el día de San Crispín». Los ancianos olvidan, pero incluso quien lo haya olvidado todo recordará aún las proezas que llevará a cabo hoy. Y nuestros nombres serán para todos tan familiares como los nombres de sus parientes y serán recordados con copas rebosantes de vino: el rey Enrique, Bedford y Exeter, Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester. Esta historia la enseñará un buen hombre a su hijo, y desde este día hasta el fin del mundo la fiesta de San Crispín nunca llegará sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo, el recuerdo de nuestro pequeño ejército, de nuestro pequeño y feliz ejército, de nuestra banda de hermanos. Porque quien vierta hoy su sangre conmigo será mi hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición. Y los caballeros que permanecen ahora en el lecho de Inglaterra se considerarán malditos por no estar aquí, y será humillada su nobleza cuando escuchen hablar a uno de los que haya combatido con nosotros el día de San Crispín”.



“Tristes Guerras”, de Miguel Hernández

“Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes”.



Fragmento de “Mensaje de Juan Panadero al Congreso Mundial por la Paz”, de Rafael Alberti

“Aquí estoy. Aquí ya estamos.
No tenemos cara. Somos
el planeta que habitamos.
Venid. No tenemos nombre.
Aunque todos respondamos
a una misma luz: el hombre.
Matadnos. Nos mataréis.
Pero es más fuerte la vida
que la muerte que ofrecéis.
¿Queréis la guerra? No iremos.
Con la paz entre las manos
por arma, os enterraremos.
¡Paz al mundo! Corazones
arrebatados y unidos
de millones y millones.
Paz para toda la gente.
Se abran y cierren los ojos
del día tranquilamente.  
Paz en todos los hogares.
Paz en la tierra, en los cielos,

bajo el mar, sobre los mares.
Paz en la albura extendida
del mantel, paz en la mesa
sin ceño de la comida.
En las aves, en las flores,
en los peces, en los surcos
abiertos de las labores.

Paz en la aurora, en el sueño.
Paz en la pasión del grande
y en la ilusión del pequeño.
Paz sin fin, paz verdadera.

Paz que al alba se levante
y a la noche no se muera.
¡Paz, paz, paz! Paz luminosa.
Una vida de armonía
sobre una tierra dichosa.
Lo grita Juan Panadero.

Juan en paz, un Juan sin guerra,
un hombre del mundo entero”.




Fragmento de “Guerra y Paz”, de León Tolstoi

 El sueño de los muchachos es la guerra, el mayor honor bélico. ¿Y qué es necesario para comandar adecuadamente una guerra? Para ser un genio es necesario:
1.      Víveres: saqueo organizado.
2.      Disciplina: despotismo bárbaro, la mayor constricción de la libertad.
3.      Habilidad para conseguir información: espionaje, mentira, traición.
4.      Habilidad para aplicar las astucias bélicas y la mentira.
5.      ¿Qué es la propia guerra? Asesinato.
6.      ¿A qué se dedican los militares? A holgar.
7.      Sus costumbres: borracheras y libertinaje”


Fragmento de “Por Quién Doblan las Campanas”, de Ernest Hemingway

“—Creo que es así —asintió Anselmo—. Lo ha dicho usted de una forma tan clara, que creo que tiene que ser así. Pero, con Dios o sin Dios, creo que matar es un pecado. Quitar la vida a alguien es un pecado muy grave, a mi parecer. Lo haré, si es necesario, pero no soy de la clase de Pablo.

—Para ganar la guerra tenemos que matar a nuestros enemigos. Ha sido siempre así.

—Ya. En la guerra tenemos que matar. Pero yo tengo ideas muy raras —dijo Anselmo.

Iban ahora el uno junto al otro, entre las sombras, y el viejo hablaba en voz baja, volviendo algunas veces la cabeza hacia Jordan, según trepaba.

—No quisiera matar ni a un obispo. No quisiera matar a un propietario, por grande que fuese. Me gustaría ponerlos a trabajar, día tras día, como hemos trabajado nosotros en el campo, como hemos trabajado nosotros en las montañas, haciendo leña, todo el resto de la vida. Así sabrían lo que es bueno. Les haría que durmieran donde hemos dormido nosotros, que comieran lo que hemos comido nosotros. Pero, sobre todo, haría que trabajasen. Así aprenderían. —Y vivirían para volver a esclavizarte.

—Matar no sirve para nada —insistió Anselmo—. No puedes acabar con ellos, porque su simiente vuelve a crecer con más vigor. Tampoco sirve para nada meterlos en la cárcel. Sólo sirve para crear más odios. Es mejor enseñarlos.

—Pero tú has matado.

—Sí —dijo Anselmo—: he matado varias veces y volveré a hacerlo. Pero no por gusto, y siempre me parecerá un pecado.”



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